26 septiembre, 2009

Un hombre, a quien denomino un hombre con todo el esfuerzo semántico que detrás de ello parece haber; esfuerzo por construir un genérico humano, pero no para sostener este nivel en la globalidad de mi enunciado, sino en un punto particular, el inicio.

Elegir este comienzo (y hay que decirlo, elegir lo general no es un acto menos particular) significa proyectar posibilidades en el lenguaje y presumir que al escribir las últimas lineas de un texto que se entrega al lector en forma de ráfaga incontestable, podría estar describiendo con un nivel exagerado de detalle -y descubriendo- los movimientos más sutiles, las contradicciones más ínfimas, las quietudes que cobran forma al ser observadas desde la quietud; es hacerme creer que podría internarme, con enredos de la verborragia, en una capa vivazmente superadora de esa generalidad, como si el escrito fuera un viaje progresivo, un in crescendo de valor que se agrega con el correr de las letras. Esa misma tendencia del positivismo hacia constituir una verdad en el horizonte adopta el dibujo de un tobogán invertido, una caída libre de las formas y los fondos y los contenidos, una caída en ascenso.

Y consideremos desde el comienzo esta estrategia como una idiotez en la que subyacería el postulado ideológico de jerarquizar lo único, de asignar valor en función de la singularidad de la expresión; y llevándolo a un nivel artístico, toda esa babeada del iluminado moderno, la baba del narcisimo. Prefiero, no yo, partir de un: los lateralismos binarios son de belcro. Prefiero abollarlos. Demos vuelta ésto (sin recurrir al anti-esto) sin puntos de partida ni narices muy metidas, y digamos...digamos Carlos.

Carlos, él ha dispuesto un escenario limpio, despejado, todo salpicado de imperfecciones como lomos de burro, como pequeñas piedras de tropiezo cotidiano. Allí el espacio se organiza en la conexión flexible de distintas volutas, cada una de las cuales enaltece pequeños puntillos móviles en su estructura interna; cada una de las cuales gira sobre si misma y desanda paisajes de otro tiempo. El aire parece ser dibujado, en él la estructura crece y se deshace hacia afuera; ofrece un movimiento vomitivo y expulsatorio tal que las volutas dejan de serse entre todas en un escenario que no puede, ya. Y todo se llena de humaredas, ondulaciones muy lentas. En esos momentos suelen escucharse las agujas, pero no en su repetición onomatopéyica, tampoco en el paso controlado del tiempo; se escuchan en su materialidad más rústica, emergen como el ente sonoro de un edificio enorme que reclama ser visto en su nivel más básico, en la pintura, en la madera, en el aire viciado por el vidrio que no abre, en esa especie de transpiración que practican las paredes. El oxígeno, no como fundamento vital, sino como recordatorio de la posibilidad de ahogarse.

El escenario (o un escenario) yace inmóvil en el transcurrir desapegado de los estilos foráneos. No los mueve, no los toca y en ocasiones de olvido mayor no percibe la diferencia entre su rastro y el pasar de algún desterrado repiqueteo. Así sabe albergar espectáculos mudos en ciclos eternos, espectáculos averiados en cada una de sus alas por muecas fatalistas, diladas a más no poder, que sus autores ponen en juego con la naturalidad de quien abona una deuda inevadible y de esa forma recompone su lugar en el universo; se reconstituye como sujeto capaz de contraer obligaciones y ser rescatado otra vez de aquel decorado por nuevos visajes. Es parte del ciclo ese decorado diurno, el que visten las aguas cuando se respiran, siempre cargado de cierta oscuridad, de rincones ascéticos de musgos y cosas sucias.

Lo que predomina es la sensación de deberle algo a cada instante que habitamos, a cada marea de tal o cual color en la que nos cruzamos con cualquier par de ojos ciegos y nos reconocemos de pronto rodeados de columnas y de un decorado inevitable donde las muecas son el precio a pagar. Ese es el lugar y el momento en el que nos evocamos como personajes de nuestros propios personajes. Ahí es cuando transportamos nuestro espacio hacia niveles ridículamente histriónicos de la teatralidad. Si nos detenemos y nos preguntamos ¿Cómo se puede dar un paso? ¿Cómo es posible caminar? ¿Cómo...? Las respuestas aparecerían en forma de grandes monólogos, gigantescamente mudos. Monólogos de aire viciado paseándose por las muecas de siempre, estirando las volutas en nuevos círculos, acompañando el derrumbe.

Si alguien pudiera arrojar luz sobre las volutas, hacerlas volver en el tiempo, avanzando. Si alguien como Carlos planteara el escenario de lo desensayado; aquello que es necesario ensayar primero para poder deconstruir, abollar, arrugar, comer, retragar. Sí, si pudiera aparecerse un estuario por la ventana urbana y colonizar la parte táctil de la vista. Tal vez, en un escenario así alguien podriá reclamar. Y la respuesta al reclamo eterno emergería como la necesidad pura de amontonar sinestesias, ya, de una vez por todas, para echar por tierra las cumbres y las cuevas terrosas y cumplir con el recurrente mandato de ubicar los espacios en los gestos. Ese mandato soberbio que ejerce su pesado cosquilleo cuando el pie transita el aire, pero que se olvida en el retorno al suelo. Silencio, Carlos ha pisado.

24 septiembre, 2009

"Observar una costa que se desliza ante un barco equivale a pensar en un enigma. Esta allí ante uno, sonriente, torva, atractiva, raquítica, insípida o salvaje, muda siempre, con el aire de murmurar: "Ven y me descubrirás". Aquella costa era informe, como si estuviera en proceso de creación, sin ningún rasgo sobresaliente." (Conrad)

de la serpiente que agoniza velos pendientes
eternizando sueños, solos, cristales
menguan estertores uno lo vé
y a más o menos la mitad de la dermis
la espuma no reincide en efluvios ni renace
ni nada en pasajes hueros, desnutridos, has visto que
comámonos las tripas alguien te pregunta
por las horas, si, también por la pregunta
sobre las horas, y por los que abren la boca, también
pero la réplica no emerge, se ahoga en muletillas
emana una pereza algo más tibia y promete escalar
insoportablemente, pero esos picos no muestran avales
son la incubadora de figuraciones amalgamadas (sobre
demoliciones, sobre costas que perduran idénticas, sobre todo ese
no movimiento) que jura descansar en la omisión y aún así
en la vigilia absoluta, abrigando en cada recodo la madriguera.
quemémonos aquí la garganta, la brecha en piras, empirismo de
alambre negro ah, arraigar, van a patadas en el cuello vas
patadas puras de caballo brioso, lentas de tan ocultas
aparte de anemias, de cánceres, o de escudos posibles ah
esa es otra cosa que sé que, no, que no sé. Vientre tuyo
del ojo: asume los rayos que liman tu cuerpo, los oceanos
que han expuesto tu paño; no ates solo espeseas que tiran tan
del clavo enterrado en el fondo, ese destrozar de piel
su mueca obligada de lana y asfixia, allí se vuelven pesados
los jirones, las astillas del plástico, los remolinos, todos,
todos internan en desiertos la cuestión del perfume
todos devuelven un eco llano, uno que no asila desiertos.

17 septiembre, 2009

¡la razón!
¡la razón y ario!
¡la razón, a voluntad y ario!
¡la razón, la razón!
¡a voluntad y ario la razón!

09 septiembre, 2009

amanecel cardumen en tren deas piedras
auncal sol nunca asoma bajo lagua
onde signos sinvierten lo seique giran
dea tierra os gránulos ascienden da respiraros
le aireo quen lo arriba no stando
solo ‘esde afuera diuno de [..internamente..]
asar de algas; d’arcar do alegorial deas anecdotats
acamparal velo amañao del verse te’n burbujas
sobre -lacuoso -lvacío -lespacio de tez de linea
o cortes peces... o internaos queo librel cauce
/ ha quietud de la grava /
naveantes ol cuerpo dátil ‘esde la soreadía
hacia lo nube sido al halo quea cielo.